ELISABETH KÜBLER-ROSS: Vídeo-Podcast-Lila 134

“¿Y si te dijera que una mujer cambió la forma en la que el mundo entiende la muerte?

Durante siglos, nadie quiso mirar el dolor de frente, pero ella sí.

Una mujer que se atrevió a escuchar a quienes estaban muriendo… y descubrió algo que nadie antes había querido oír.

Por hacerlo, fue criticada, censurada, incluso ridiculizada por la clase médica, pero no se detuvo.

Gracias a ella hoy hablamos del duelo, de la pérdida, del final… con humanidad.

Una mujer que convirtió la muerte en una lección de vida y cuya voz, aunque muchos intentaron silenciarla, sigue resonando.

Esta es la historia de Elisabeth Kübler-Ross.

Después de escucharla… no volverás a mirar la vida igual.”

¿Sabías qué Elisabeth Kübler-Ross fue una psiquiatra suiza, pionera en los estudios sobre la muerte y en proponer los cuidados paliativos?

Pues así es…

La doctora Kubler Ross fue una mujer de carácter, independiente, valiente y muy inquieta.

Elisabeth fue la primera doctora en escuchar e investigar a los pacientes que afirmaban haber tenido una experiencia cercana a la muerte (ECM).

La doctora Elisabeth Kubler-Ross rompió silencios en una época en la que hablar de la muerte era un tabú.

Cambió la forma en la que el mundo mira la vida y la muerte, o como ella la llamaba: “el mayor misterio para la ciencia”, y escribió sobre las diferentes etapas del duelo, de las que más adelante te hablaré…

Elisabeth estaba convencida de que la muerte era solo una de las muchas etapas de la vida, y de que las personas moribundas y quienes las rodean debían estar preparadas para afrontarla con paz y dignidad, y ella lo hizo, escuchó y acompañó a personas moribundas mostrando al mundo que también en el último instante puede haber amor, paz y sentido. Elisabeth decía:

Aquellos que aprendieron a conocer la muerte, en lugar de temerla y luchar contra ella, llegan a ser nuestros maestros de vida.”

Curiosamente, o no, al final de su vida enfrentó su mayor desafío y puso a prueba todo lo que había estado enseñando… pero eso lo vemos más adelante…

Pero, hagamos un poco de historia…

Elisabeth Kübler-Ross nació el 8 de julio de 1926 en Zúrich, Suiza, en el seno de una familia de clase media y fue la primera de las tres hijas trillizas: Elisabeth, Erika y Eva. Así lo cuenta ella en su libro La muerte, un amanecer:

“Nací como una niña no deseada. No porque mis padres no quisieran tener hijos, por el contrario, deseaban una niña, pero una niña bien robusta de unos cinco kilos. No esperaban tener trillizas. Y cuando aparecí yo, pesaba alrededor de un kilo y era muy fea. No tenía nada de pelo y fui seguramente para ellos una gran decepción. Quince minutos después nació la segunda niña y veinte minutos después la tercera, que pesaba casi tres kilos. En ese momento nuestros padres se sintieron felices, aunque quizás hubieran preferido devolver a dos de nosotras. Yo creo que nada en la vida se debe al azar y así ocurrió con las circunstancias de mi nacimiento. Me proporcionaron el sentimiento de que incluso una nada de menos de un kilo debía probar con todas sus fuerzas que tenía derecho a vivir.”

Su padre se llamaba Ernst Kübler, y era un empresario estricto y de carácter fuerte, dueño de una fábrica de herramientas. Su madre se llamaba Emma Villiger, una mujer mucho más afectuosa, que fomentó en Elisabeth la sensibilidad, la empatía y el sentido humanitario que marcarían toda su vida.

El hecho de haber nacido de un parto con trillizas también la marcó; las tres hermanas vestían igual, recibían los mismos regalos, realizaban las mismas actividades y las personas reaccionaban ante las trillizas no como individuos, sino como grupo, una vivencia que probablemente afectó a su sentido de identidad.

Por otra parte, siendo muy niña, con 5 años, ingresó en el hospital por una neumonía, y allí tuvo su primer contacto con la muerte al asistir al fallecimiento de su compañera de habitación.

Si te fijas, desde el momento de su nacimiento, cuando ni los médicos creían que sobreviviría, ella lo hizo, y solía decir que desde ese momento “luchó por la vida”. Vida-muerte, ella observaba, sentía y aprendía.

En su habitación, en lugar de muñecas, coleccionaba piedras, insectos, cuadernos llenos de dibujos sobre el cuerpo humano y rescataba y curaba a animales enfermos o abandonados, algo que despertaba en sus padres una mezcla de ternura y desconcierto.

Lo que vio en el hospital cuando era niña no fue la única experiencia de fallecimiento que contempló, y todo ello la llevó al convencimiento de que la muerte era solo una de las muchas etapas de la vida.

Pero sigamos con su trayectoria…

Cuentan que, desde muy niña, Elisabeth sintió que sería médica, algo con lo que no estaba nada de acuerdo su padre, porque no creía que una mujer pudiese serlo. Su padre soñaba con verla convertida en secretaria de su empresa o en ama de casa, pero ella tenía otros planes, y no los dejó escapar.

La adolescencia de Elisabeth estuvo marcada por una mezcla de rebeldía, sensibilidad y determinación, rasgos que la acompañarían toda su vida. Se mostraba independiente y desafiante: dormía poco, leía mucho, y escribía en sus diarios sobre la muerte, la injusticia y el valor de la compasión.

Elisabeth tenía 13 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, y aunque ella vivía en Zúrich, Suiza, país neutral, fue testigo de los horrores que la guerra dejaba a su alrededor: refugiados, heridos y personas desplazadas que llegaban desde otros países. Aquello la marcó profundamente.

Dr. Elisabeth Kubler-Ross, Portrait, Switzerland, 1940’s. Editorial usage only, No Tabloid Usage.

Siendo adolescente comenzó a trabajar como voluntaria en hospitales y en la
Cruz Roja, ayudando en lo que podía: limpiar, acompañar enfermos, escuchar. Frente al sufrimiento y la muerte, Elisabeth no sintió miedo: sintió compasión. Allí nació, sin saberlo aún, la semilla de su vocación.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, decide viajar como voluntaria humanitaria a Polonia, en concreto al campo de concentración de Majdanek, donde el horror había sido protagonista de la barbarie, dejando más de 300.000 personas muertas.

Las paredes de esos «barracones de la muerte» del campo de concentración estaban llenas de dibujos de mariposas. Esos dibujos le marcaron, y a partir de entonces se dedicó en cuerpo y alma a crear una nueva cultura sobre la muerte. Convirtió el símbolo de la mariposa en un emblema de su trabajo, ya que para ella este hecho significaba el renacimiento hacia un estado de vida superior.

Durante su estancia en Polonia conoció a una niña que se había quedado atrás cuando las cámaras de gas no podían contener a otra persona. Según recuerda Elisabeth, esa niña eligió perdonar y olvidar en lugar de permanecer amargada. La niña dijo:

«Si puedo cambiar la vida de una persona del odio y la venganza, al amor y la compasión, entonces merecería sobrevivir».

Las experiencias en Polonia cambiaron su vida para siempre y es cuando decidió que dedicaría su vida a sanar a otras personas.

A su vuelta a Zurich, Elisabeth se prepara al máximo para poder matricularse en la Universidad de Medicina y… ¡lo consigue! Con 30 años se licencia como doctora y se especializa en psiquiatría, una decisión poco común para una mujer en esa época.

La Dra. Elisabeth Kubler pronto destacó por su forma empática de tratar a los pacientes: los escuchaba, los tocaba, los miraba a los ojos… algo que, en un sistema médico rígido y distante, resultaba revolucionario.

En esa época, Elisabeth conoce a un médico estadounidense con el que inicia una relación sentimental: Emanuel Ross, con el que se casaría en 1958, del que adoptaría el apellido, y con el que se mudaría a otro país…




Elisabeth comienza una nueva etapa en EE. UU. que cambiaría su vida y también la vida de muchas personas.

La primera ciudad en la que residieron fue Nueva York y el choque cultural fue inmediato. Elisabeth completó una residencia de tres años en Psiquiatría en el Manhattan State Hospital y a sus ojos, el sistema médico norteamericano era
frío, impersonal, casi mecánico. Ella se sorprendió al ver que los médicos trataban a los pacientes terminales como si ya no existieran, quedaban aislados, sedados y solos. Nadie hablaba con ellos, nadie les preguntaba qué sentían como si la muerte fuera un fracaso que debía ocultarse. Ella sentía que debía hacer algo…

A los dos años de su llegada a EE. UU., en 1960, Elisabeth da a luz a su primer hijo, Kenneth, y no será su único hijo. Tres años después nace Bárbara. Elisabeth está viviendo una nueva etapa como madre, pero no pierde de vista su profesión.

Después de finalizar su residencia en Nueva York, consigue un puesto como profesora y psiquiatra en Colorado, Denver.

Al empezar a tener contacto con enfermos terminales, empieza a interesarse en lo que casi nadie quería mirar: la experiencia de morir.

Elisabeth comprendía que los enfermos terminales no necesitaban lástima, sino acompañamiento. Aquella práctica, tan sencilla y humana, pronto se convirtió en algo transformador y sus clases y conferencias sobre el tema empezaron a atraer a médicos, estudiantes, sacerdotes y enfermeras.


Elisabeth está en plena ebullición vital y profesional, tiene claro su propósito y quiere difundirlo y decide fundar el Shanti Nilaya («hogar de paz»), un centro de curación cerca de la ciudad californiana de Escondido.


Estamos en 1969, el año en el que decide publicar su primer libro: Sobre la muerte y los moribundos.

En este libro expone su método de trabajo por vez primera y explica su idea de que la muerte no es un final, sino una transición, o sea, una parte natural de la vida que debía ser vivida con dignidad.

También sentó las bases de los llamados cuidados paliativos, cuyo objetivo es que la persona enferma afronte la muerte con serenidad.

Por último, habló de las 5 fases del duelo. Déjame que te cuente a qué se refería Elisabeth Kubler Ross:

Vamos a imaginar que el duelo es como atravesar una casa con cinco habitaciones emocionales. No siempre se entra en orden, a veces retrocedes, otras avanzas de golpe, pero cada habitación te muestra una parte de ti que necesita ser escuchada.

Primero vamos a parar a la habitación de la Negación, una habitación en la que entras y todo está en silencio. Cierras los ojos y piensas: “No puede ser. Esto no está pasando.” Aún no estás preparada para enfrentar la verdad.

Después, pasamos a la habitación de la Ira, en donde el silencio se rompe y aparece la rabia. Te enfadas con la vida, con las personas, contigo misma. La ira no es crueldad: es dolor buscando por dónde salir.

Después, pasamos a la habitación de la negociación. Allí buscas una salida secreta, intentas recuperar el control cuando todo parece derrumbarse. Te dices a ti misma: “Si hago esto… quizá todo mejore.”

Después vamos a la habitación de la tristeza. Allí, todo está cubierto de recuerdos. Lloras. Te vacías. Sientes que nada volverá a ser igual. Esta es la habitación más oscura, pero también la más honesta, porque por primera vez aceptas el peso de lo que pasó.

Y, por último, la habitación de la aceptación. Abres una puerta nueva… y hay luz.
No es felicidad total. No es que el dolor desaparezca. Es calma. No olvido. Transformación.

Sigamos con nuestra Elisabeth….

Ya en la década de los 70, empieza a desarrollar una serie de talleres residenciales para enfermos terminales, familiares y cuidadores, algo totalmente revolucionario para la época.

En esos talleres les ayudaba a expresar su ira y su dolor y les daba herramientas para vivir plenamente y con conciencia el tiempo que les quedase. Por cierto que muchas de las experiencias de acompañamiento las realizó con niños terminales y sobre ellos afirmaba que tenían una mayor percepción y conciencia sobre la muerte, y que no les costaba hablar sobre ella.

Su interés por el misterio de la muerte y por el más allá la llevó a un acercamiento a sesiones de espiritismo, lo que precipitó el divorcio de su marido en 1976.

Pero algo que distinguió a nuestra doctora entre sus colegas fueron sus estudios sobre la vida después de la muerte, algo que actualmente nos está trasladando el doctor Manuel Sans Segarra.

A partir de la recopilación de miles de casos de pacientes con muerte clínica que vivieron experiencias extracorporales y luego volvieron a la vida (las llamadas ECM) , Elisabeth llegó a la conclusión de que la muerte no es más que un nuevo comienzo. Ella decía:

El instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora, que se vive sin temor y sin angustia”. Y añadía: “La muerte es solo un paso más hacia una forma de vida en otra frecuencia”.

Pero sus investigaciones sobre las ECM trazaron una línea divisoria entre sus colegas de profesión: muchos la criticaron y la ridiculizaron siempre con argumentos racionalistas. La tachaban de mística o fantasiosa. Por suerte, otros la respetaron y admiraron por ser la primera doctora, pionera en tanatología, que daba la atención adecuada a esas experiencias, aunque esa no fue la única causa de controversia con la clase médica…

En la década de 1980 su labor volvió a ser controvertida cuando creó un centro de enfermos terminales de SIDA en su granja de Virginia, un espacio llamado “Healing Ceneter”, y sus habitantes se negaron por miedo al contagio de la enfermedad.

Y es que era una época en la que reinaba el miedo y el estigma, y sin embargo ella trató a esos enfermos con respeto, ternura y sin prejuicios; pasaba horas junto a ellos, escuchando, tocando sus manos, recordándoles que su vida aún tenía valor.

En ese centro ella ofrecía apoyo emocional, talleres y un refugio espiritual. Era un sitio donde la compasión y la escucha eran el centro de todo. Pero en 1994, un incendio provocado arrasó por completo la casa y el centro. Las llamas destruyeron su hogar, su despacho, sus archivos y una gran parte de sus recuerdos personales, incluidos manuscritos y documentos de décadas de trabajo.

Aunque logró salvar la vida, el golpe emocional fue enorme. Ella misma interpretó aquel incendio no como una tragedia, sino como una prueba espiritual, una manera de desapegarse de todo lo material. En una entrevista posterior dijo algo muy revelador:

Cuando el fuego se llevó mi casa, también se llevó mis miedos. Desde entonces sé que nada realmente importante puede quemarse.”

Tras esa experiencia, su hijo Kenneth la describió como “cheeky” (atrevida,) y comentó que ella se remontaba tras las adversidades diciendo:

Get me a cigarette, I’m going to rebuild my farm.”

Su capacidad de resiliencia era increíble.

La última década de vida no fue nada fácil para Elisabeth. Su salud estaba muy deteriorada después de padecer varios derrames cerebrales que le provocaron la parálisis de su lado izquierdo, pero seguía recibiendo cartas de todo el mundo: pacientes, médicos, familiares agradecidos y personas que encontraban consuelo en sus libros.

En 1997, una jovencísima Oprah Winfrey, otra protagonista de nuestras Biografías Lila, visitó a Elisabeth en su nuevo hogar en Arizona para una entrevista, y en ella destacó que sin miedo y sin culpa logramos vivir una vida mejor y, por tanto, aprendemos a morir mejor.

En sus últimos años, sus dos hijos, Kenneth y Bárbara, la cuidaron todo lo que pudieron, pero el último derrame que tuvo la incapacitó dejándola en silla de ruedas. Elisabeth tuvo que ser atendida en una residencia de ancianos. Su hijo Kenneth cuenta en una entrevista que semanas antes de morir ella le dijo:

“Kenneth, I don’t want to die”.

Esto sorprendió a muchas personas pues parecía contradecir su teoría sobre el duelo y la aceptación. Kenneth comenta que su madre quedó atrapada en la etapa de la ira durante muchos años, hasta que gracias al acompañamiento de su entorno pudo procesar esa emoción y “dejarla ir”. Elisabeth comprendió que vivir en paz es morir en paz. Su hijo interpreta que, finalmente, “cuando aprendes tus lecciones se te permite graduarte” (es decir, morir) — lo que él ve como una última lección de su madre.

Elisabeth Kubler Ross falleció el 24 de agosto de 2004, con 78 años de edad, a causa del deterioro físico que padecía en un asilo de ancianos en Scottsdale, Arizona. Ella dio el salto hacia otra dimensión, hacia esa transformación de luz y de amor.

Y, ¿cómo recordamos hoy en día a nuestra protagonista?

Desde su fallecimiento en 2004, Elisabeth Kübler-Ross ha recibido numerosos honores póstumos que subrayan su profundo impacto en el estudio de la muerte y el morir ya que fue una pionera en tanatología.

Nos deja un legado bibliográfico impresionante, libros que son un mar de sabiduría y consuelo. Aquí te destaco su autobiografía, La rueda de la vida, y su libro La muerte, un amanecer.

Recibió numerosos premios y reconocimientos, entre ellos, 20 doctorados honoríficos y muchos otros premios. En 2007 se le concedió la inclusión en el Salón de la Fama de las Mujeres.

En noviembre de 2017, el primer hospicio de los Países Bajos pasó a llamarse “Elisabeth Kübler-Ross Huis” y la calle de enfrente recibió el nombre de “Kübler-Ross Plein” en su honor.

Desde 2005, su hijo, Ken Ross, estableció la Fundación Elisabeth Kübler-Ross en Scottsdale, Arizona, continuando su legado mediante la promoción de servicios de cuidados paliativos, cuidados paliativos y apoyo al duelo.

La Fundación Elisabeth Kübler-Ross es una organización sin fines de lucro inspirada en la vida de la psiquiatra, pionera humanitaria y hospitalaria, Dra. Elisabeth Kübler-Ross.
https://www.ekrfoundation.org/es/espanol/

La familia Kübler-Ross donó la mayoría de sus archivos a la Biblioteca Verde de la Universidad de Stanford en 2019 para conmemorar el 50.º aniversario de su obra fundamental, Sobre la muerte y los moribundos.

Resulta curioso que la influencia de Elisabeth Kübler-Ross ha sido significativa en la cultura popular, particularmente dentro de la industria musical después de su fallecimiento. Numerosos artistas y bandas han rendido homenaje a Kübler-Ross a través de sus trabajos creativos.

Hoy me quedo con estas palabras de Elisabeth:

“La muerte no es el enemigo. El enemigo es el miedo que tenemos a mirarla de frente.”

Otra gran mujer a la que hemos querido rendir tributo desde nuestro canal Mujeres Lila.