ÉLISABETH VIGÉE LE BRUN: Vídeo-Podcast-Lila 132
Francia, 1755 – 1842
“Una mujer acusada de traición… por pintar sonrisas.
Mostrar a la reina María Antonieta, natural y cercana, fue un escándalo, y su autora, una amenaza.
En plena Revolución Francesa hizo del arte su escudo, y de la belleza, su lenguaje.
Aclamada por emperatrices y aristócratas de media Europa, pero también duramente criticada y, por momentos, silenciada.
Sus pinturas la hicieron famosa y casi la llevan a la guillotina, pero ella escapó, huyó con su hija. Logró cuzar Europa con sus pinceles como única arma. Nunca dejó de pintar.
Sobrevivió al escándalo, al exilio, a la caída de los reyes que la protegían. Y volvió. Más libre. Más grande. Más viva que nunca.
Al acabar este video te preguntarás ¿Cómo nadie me había hablado de ella?
Esta es la historia de Élisabeth Vigée Le Brun: la mujer que convirtió su arte… en resistencia.”
¿Sabías qué Élisabeth Vigée Le Brun fue una artista brillante, una viajera incansable y una mujer que conquistó salones donde solo entraban hombres?
Pues así es…
Élisabeth Vigée-LeBrun fue una pintora francesa que se atrevió a pintar lo que otros no podían ver: el alma detrás del corsé, la emoción más allá del protocolo. Sus pinturas eran espejos del alma.
Desgraciadamente, es muy probable que su nombre no te suene, y es probable también que no te hablasen de ella en la escuela, pero Élisabeth Vigée-Le Brun fue una de las artistas más representativas de su época.
Con tan solo 23 años se convirtió en la retratista más importante en la Corte de Versalles, deslumbrando a la reina Maria Antonieta.
Elisabeth Vigée Lebrun fue la retratista de reyes y reinas, amiga de emperatrices, admirada por nobles y cortejada por las élites culturales del continente europeo.
Sus increíbles retratos traspasaron fronteras y logró convertirse en una de las artistas más reconocidas y mejor pagadas de su época, algo inimaginable en una sociedad donde la mayoría de las mujeres no eran bien vistas fuera del hogar.
Elisabeth Vigee Lebrun rompió moldes… y lo hizo con un pincel en la mano y una mirada valiente.

Pero, hagamos un poco de historia…
Élisabeth Vigée Maissin nació en París en 1755, en el corazón de una ciudad que estaba en plena efervescencia política y social, en el seno de una familia humilde.
Era hija de Louis Vigee, pintor especializado en retratos, y de Jeanne Maissin, ama de casa, (de quien tenemos un retrato hecho por su hija). Elisabeth tenía un hermano menor, Etienne. Gracias al trabajo de su padre, la familia pudo acceder a la sociedad burguesa artística.
Cuentan que Elisabeth era una niña con muchas inquietudes y su padre, un retratista especializado en pintura al pastel, compartió con ella el amor al arte. Así, desde bien pequeña, Elisabeth acompañaba a su padre al taller y éste le descubrió el mundo de la pintura, él fue su primer maestro. El talento artístico corría por sus venas.
Elisabeth pasó desde los seis a los once años en un internado donde desarrolló sus dotes con el dibujo, demostrando un talento excepcional.
Desgraciadamente, Elisabeth perdió a su padre cuando tenía 12 años y ese fue un duro golpe para ella. Lejos de rendirse, se refugió en el dibujo. Copiaba retratos, observaba, aprendía sola. -Recuerda que no había escuelas artísticas para niñas, así que ella inventó y desarrolló su propio camino.-
Poco tiempo después, su madre, apurada por motivos económicos, decide volver a casarse con un hombre que a Elisabeth no le gustaba nada. Nunca tuvo buena relación con Jacques-François Le Sevre, el hombre que se convirtió en su padrastro.
Cuando Elisabeth tiene ya 15 años, en plena adolescencia, empieza a pintar retratos de forma profesional. Empieza pintando a su familia, su madre, su hermano e incluso el padrastro. Ya pinta por encargo y empieza a recibir dinero por su arte, pero todo el dinero que recibe por sus retratos se lo queda el padrastro.

Su talento y determinación son evidentes y atrae a aristócratas y nobles. Élisabeth empieza a entender que si quiere vivir del arte tendrá que desafiar cada norma de su época.
Su madre la anima a seguir formándose artísticamente y consigue que Elisabeth tenga su propio espacio para trabajar, un taller artístico en el que recibe numerosas propuestas.
Su estilo delicado, pero lleno de fuerza, lograba capturar algo que otros no sabían ver: la verdad del rostro humano.
Elisabeth sigue formándose con otros maestros de la pintura, algunos ya conocidos por su padre, para seguir desarrollando su talento. Uno de esos maestros es Jean-Baptiste Pierre Lebrun, pintor y marchante de arte, que rápidamente reconoció el talento innato de nuestra protagonista.
Jean-Baptiste era vecino de Elisabeth y era el hombre con el que su madre (según cuenta ella misma en sus memorias) la anima a casarse para poder así dejar la casa familiar y alejarse de su padrastro.
Y así lo hace… En 1776, cuando tiene 21 años, decide casarse con Jean-Baptiste Pierre Lebrun, un hombre siete años mayor que ella, de quien adopta el apellido y con el que tendría una hija, Julie.
Por desgracia, su marido resultó ser un mujeriego aficionado a los juegos de azar y a las prostitutas que se gastaba el dinero que ganaba su mujer (como ves, las historias se repiten…).Ese matrimonio no fue feliz, pero sí le abrió puertas y, gracias a la red de contactos de su marido, Elisabeth puede ampliar sus horizontes artísticos.
Empieza a pintar los retratos de muchos de los miembros de la nobleza francesa y conforme avanzaba su carrera, y con tan solo de 23 años, llega a la corte más poderosa de Europa: la de Versalles. Élisabeth Vigée Le Brun no solo entró en la corte de Luis XVI, sino que se convirtió en la retratista oficial de la reina María Antonieta.

Elisabeth era joven, talentosa y mujer en un entorno dominado por hombres y protocolos. Pero con su paleta y su talento, supo moverse como pocas. Y, ¿cómo lo consiguió? Pues con autenticidad. Te cuento…
La Reina María Antonieta, cansada de los retratos fríos y formales, encontró en nuestra artista algo distinto: una pintora que lograba captar su lado más humano. En sus cuadros, la reina aparecía sonriendo, con sus hijos, incluso vestida de blanco y sin joyas. Pensar que el vestido más sencillo de María Antonieta se convirtió en el más polémico de la Revolución Francesa. Fue revolucionario. También, muy criticado. ¿Una reina vestida “como una campesina”? ¿Una reina maternal? Y, ¿una mujer artista osando retratarla así?
-La verdad es que sus retratos son de una enorme belleza y permiten captar el alma humana. Son como una fotografía. Realmente increíble.-
Elisabeth pintó más de 30 retratos de la reina y se ganó su favor absoluto. Eso le dio prestigio… pero también envidias. Muchos cuestionaban su posición, los hombres de la Academia se oponían a su admisión, sobre todo por ser mujer y no pertenecer a la Academia de Bellas Artes. Y en esto intercedió la propia María Antonieta. Así, en 1783, Élisabeth Vigée Le Brun fue aceptada. Se convirtió en una de las pocas mujeres que logró ese honor en pleno siglo XVIII.
Pero sigamos adelante…
A principios de la década de 1780 viaja con su esposo a los Países Bajos, lo que le permitió profundizar en el arte holandés, y especialmente en el pintor Rubens, que iba a tener una influencia permanente en su arte.

A su vuelta a París, no deja de recibir encargos para seguir pintando a otros miembros de la Corte, pero algo se está cociendo en esa ciudad por aquel entonces, el ambiente está revuelto y el hecho de ser la retratista de la reina, va a traer muchos problemas a nuestra Elisabeth. Sí, porque en 1789 estalla la Revolución Francesa… y para Elisabeth, la retratista preferida de la monarca, la situación se vuelve muy peligrosa. Su vínculo con María Antonieta, tan estrecho y público, puede costarle la vida. Así que toma una drástica decisión: huir de París con su hija. Tenía claro que su libertad —y su arte— estaban en juego.
Así comenzó un exilio que duraría más de una década, pero que sería también una etapa de esplendor artístico.
Elisabeth, nuestra mujer valiente, viaja con su hija, con quien tenía una estrecha relación, algo que podemos observar en los hermosos retratos, y se dirige a Italia, donde fue recibida con honores. En Roma, Nápoles, Florencia… todos querían un retrato suyo. Fue admitida en la prestigiosa Academia de San Lucas.

Luego se instaló en Viena, más tarde en San Petersburgo, donde retrató a la nobleza rusa y fue acogida por la zarina Catalina la Grande. En lugar de apagarse, su talento brilló aún más allá de las fronteras francesas. ¡Su fama era ya internacional!
Durante sus viajes se convirtió en miembro de las Academias de Florencia, Roma, Bolonia, San Petersburgo y Berlín.
En 1793, su marido es obligado por las autoridades de la revolución a divorciarse y ella asume su propia manutención y la de su hija con su propio trabajo. Ella es mujer, una artista profesional al cargo de su hija que logra mantenerse con su trabajo. Todo ello a finales del S. XVIII, ¿os imagináis?
Y es que Élisabeth Vigée Le Brun lo puede hacer porque se ha convertido en una embajadora del arte francés: pintaba a aristócratas, reyes, pensadores o escritores como Lord Byron, padre de Ada Lovelace, otra de nuestras Biografías Lila.
El año 1800 es el año de la separación entre Elisabeth y su hija Julie, esa nómada ambulante que había acompañado siempre a su madre durante sus periplos. Y es que Julie decide casarse con un joven músico y quedarse a vivir en San Petersburgo. Ella también quiso abrirse camino en el ámbito artístico, aunque no llegó a tener el éxito de su madre.
Julie es la protagonista de algunas de las obras más bellas de nuestra artista; esos retratos muestran el gran amor que sentía por su hija.

En 1802, después de doce años de exilio, Elisabeth decide volver a Francia, por la puerta grande, como una gran artista y con la clara idea de no volver a casarse. La Revolución había terminado, la monarquía había caído… y Napoleón I empezaba a construir su propio imperio. Es entonces cuando decide ir a vivir a Louveciennes, un pueblo cercano a París, donde compra una casa.
Para alegría de Elisabeth, un año más tarde, también vuelve a Francia su hija con su marido.
Pero no creáis que nuestra artista se quedó quieta en París, no….se fue 3 años a Londres, donde retrató a la nobleza británica, volvió a París, y muy pronto se trasladó a Suiza. Era una todoterreno.
Desgraciadamente, en 1819, recibe un duro golpe: su hija Julie falleció con tan solo 39 años de edad, lo que provocó un dolor enorme en Elisabeth. En sus memorias, Elisabeth le dedica palabras muy sentidas, como una madre que reconoce tanto el amor profundo como las sombras que marcaron su relación.
Las últimas décadas de vida de nuestra artista son un claro ejemplo de resiliencia. Se mantuvo activa con su arte hasta el final, pintando hermosas obras, y recibiendo la visita de jóvenes artistas, viajeros y nobles que querían conocerla.
Es entonces cuando empieza a redactar sus Memorias, que ella llamó Souvenirs («Recuerdos»), en las que relata toda su vida, desde su formación en el taller de su padre hasta sus últimos tristes años, pasando por su periplo europeo. Un texto fascinante en el que no solo habla de su arte, sino también de sus experiencias de vida, de su visión del mundo y de los personajes que conoció. Esas Memorias se publicaron entre 1835 y 1837, pocos años antes de su fallecimiento y en ellas podemos leer:
“Esta pasión por pintar es innata en mí. Nunca ha disminuido; de hecho, creo que solamente ha crecido con el tiempo. Además, es a esta divina pasión a quien le debo no solamente mi fortuna, también mi felicidad”.
Elisabeth Vigée-Le Brun dedicó su vida al arte hasta que falleció, el 30 de marzo de 1842. Tenía 86 años. En su lápida podemos leer su sencillo epitafio:
«Ici, enfin, je repose.» («Aquí, al fin, descanso.»).
Y, ¿cómo recordamos hoy en día a nuestra protagonista?
Bueno, en primer lugar, por su hermosa obra pictórica: Elisabeth fue muy prolífica y llegó a pintar 900 cuadros, de los cuales, 700 son retratos y autorretratos. Actualmente, su obra se encuentra en museos de 20 países (entre ellos el Museo del Prado, en Madrid).
Pero fijaos como son las cosas….Su gran exposición retrospectiva se inauguró en el Museo Grand Palais de Paris (sabéis en qué año?) ¡Pues en 2015! Esa fue la primera muestra monográfica de la artista en su país natal.
Y si quieres acercarte algo más a su historia, puedes leer Las «Memorias de una pintora» que han sido traducidas y reeditadas varias veces.
Y la biografía de Joseph Baillio, experto y coleccionista, sobre la obra de la pintora Élisabeth Louise Vigée Le Brun.
En nuestro canal seguimos preguntándonos….
¿Por qué una mujer tan ilustre en su época apenas aparece en las enciclopedias de arte? Y constatamos, una vez más, que su condición de mujer tiene mucho que ver con esto.
Piensa que, a partir del siglo XIX, las artistas femeninas fueron silenciadas por la historiografía oficial, hasta el punto de que muchas de ellas hoy en día son unas desconocidas.
Por suerte, y por empeño nuestro, siglos después, su vida y obra sigue viva.
Otra gran mujer, injustamente olvidada, a quien hemos dado voz y vida en nuestra Biografía Lila.
Comentarios recientes