HATSHEPSUT: Vídeo- Podcast- Lila 131
Antiguo Egipto, S. XV a.C.
“Una mujer que reinó durante más de 20 años.
Gobernó con un poder absoluto.
La economía florecía, los templos se alzaban como nunca.
Fue adorada como una diosa viva.
Egipto vivía en paz. ¿El problema? Era mujer. Y eso…no se perdona fácilmente.
Tras su muerte… quisieron eliminar todo rastro de ella. Tacharon su nombre. Destrozaron sus estatuas.
Reescribieron la historia… sin ella. Querían que el mundo olvidara que una mujer había llegado tan lejos.
Hoy, en Mujeres Lila, desenterramos la historia de la Faraona Hatshepsut.
La mujer que se atrevió a reinar y quisieron borrar de la historia.”
¿Sabías qué Hatshepsut fue una de las faraonas más poderosas del Antiguo Egipto que, misteriosamente, fue borrada de la historia?
Pues así es…
Hatshepsut fue una de las pocas mujeres que gobernó Egipto como faraón y cuyo reino, de la Dinastía XVIII (1479-1458 a.C.), duró 22 años.
Vivió en el siglo XV a.C., pero su nombre permaneció oculto hasta el siglo XIX, cuando la decodificación de los jeroglíficos permitió leer las inscripciones que habían sobrevivido el ataque contra su monumental legado en piedra.
Y es que en los tres milenios de historia del Antiguo Egipto (c. 3100 – 30 a. C.) hay contados casos de una reina-faraón, (que sepamos…), y digo “faraón” en masculino porque el trono egipcio estaba destinado a los hombres y no a las mujeres, y de ahí que, a nivel académico, no se utilice el término en femenino (aunque en nuestro canal nos daremos la licencia de utilizarlo…).
Según el historiador grecolatino Diodoro Sículo, tan solo hubo cinco mujeres que asumieron el título de faraón: Nitocris, Neferusobek, Hatshepsut, Nefertiti y Tausert, pero también podemos citar a Cleopatra.
Estas mujeres, lejos de limitarse al rol tradicional femenino, se encumbraron como líderes en un mundo dominado por los hombres y no solo gobernaron, sino que también moldearon el curso de una de las civilizaciones más influyentes de la antigüedad. Y aunque cada una de ellas dejó una impronta particular, su recuerdo fue parcialmente borrado por los sucesores varones.
Hatshepsut, mujer inteligente y de gran fortaleza, dejó un legado inolvidable en la historia antigua de Egipto, pero…. a pesar de haber sido una de las más formidables y exitosas reinas del mundo antiguo, durante más de dos milenios nadie supo de su existencia.
Y, ¿por qué borraron su memoria? Te lo cuento más adelante…

Ahora, hagamos un poco de historia…
Hatshepsut, que significa «la primera de las nobles damas», era una princesa real, la hija del rey Tutmosis I, un general famoso por legendarias batallas militares, y su consorte, la reina Ahmose. La línea dinástica de esa Dinastía XVIII corre por sus venas. Ella es hija y nieta de reyes.
Se supone que Hatshepsut nació en la por entonces capital del estado,Tebas, a finales del reinado de Amenhotep I.
Este matrimonio trajo al mundo, aparte de a Hatshepsut, al menos a otros tres niños, pero, debido a la alta tasa de mortalidad infantil, solo Hatshepsut y su hermana mayor, Neferubity (y esta solo por un corto espacio de tiempo), llegaron a la edad adulta, y el hecho de no tener descendencia masculina… comportaba serios problemas, claro…
Además, Hatshepsut tuvo hermanastros por parte de su padre con esposas secundarias y concubinas, y justamente con uno de esos hermanastros, Tutmosis II, se casó. Pero vamos paso a paso…
A la muerte, algo temprana, de su padre Tutmosis I, Hatshepsut era la mejor situada para sucederle en el trono, pues sus hermanos varones ya habían muerto, y todo indica que su propio padre, Tutmosis I, trató en vida de asociar a su hija al trono, como así lo demuestra que la nombrase heredera, pero los poderes conservadores de la dinastía no querían que una mujer gobernase (qué raro, verdad?), así que… nuestra Hatshepsut tuvo que soportar convertirse en la gran esposa real de su medio hermano, (con el que se casó).
Esto fue un duro golpe para ella porque nuestra protagonista era descendiente directa de los grandes faraones y, además, ostentaba el importantísimo título de esposa del dios, lo que la hacía portadora de la sangre sagrada de la reina Ahmose-Nefertari.
Por suerte, Hatshepsut no se amedrentó y fue creando su corte de adeptos que la veían como la persona más adecuada para un cargo más importante.
Y, cómo son las cosas, su marido, Tutmosis II, también murió joven, y en su descendencia, tampoco había varones, solo una niña y volvió a abrirse una crisis sucesoria… Aún y así, esos poderes conservadores preferían pensar en uno de los hijastros de su marido (o sea, algún hijo que había tenido con una concubina) para gobernar, que en la hija natural (la historia se repetía). Ese hijastro era Tutmosis III. Pero dado que este era demasiado pequeño para gobernar, Hatshepsut, esposa real de Tutmosis II, decide asumir la regencia.
Pero, hagamos un pequeño inciso para hablar del papel de la mujer en el Antiguo Egipto.
La figura del faraón solo podía ser desempeñada por un hombre,–(quien dictaminó eso, no lo sé, pero resulta doloroso pensar que eso ya sucedía hace tanto tiempo)–, o sea, las mujeres tenían otro tipo de funciones y papeles dentro del gobierno como el de esposa real y gran esposa del dios.
Su poder estaba, una vez más, “a la sombra de” su esposo. Las mujeres no estaban destinadas a ocupar el poder absoluto, sino a ser las guardianas y protectoras de su país y de su marido, aunque, eso sí, el varón no podría subir jamás al trono si no se casaba antes con una mujer de sangre real. Por eso existían esos matrimonios de la misma sangre entre hermanos o hermanastros…
Immaculada Vivas Sainz, doctora en Historia por la Universidad de Alcalá de Henares, nos cuenta:
“En Egipto, en comparación con otras civilizaciones antiguas como la griega o la romana, la mujer tuvo un papel más relevante, tenía más libertad y posibilidad de acceso a espacios de mando, aunque si lo comparamos con el mundo actual, no, claro. En Egipto las mujeres estaban subordinadas a la figura paterna o a la figura del marido, aunque tenían ciertas libertades económicas, por ejemplo, podían comprar y vender bienes o realizar contratos; además, el tipo de matrimonio que existía en Egipto era el civil, por lo que se podían divorciar, separar, tenían la capacidad de participar en un juicio para solventar cuestiones económicas como herencias, pero llegar a gobernar un país… eso ya era otra cosa.”
–Y yo me pregunto… ¿Cómo es que siempre tenemos que hablar de diferencias entre seres humanos por sexo? Y, ¿desde cuándo escriben la historia solo los hombres?-
Sigamos con nuestra protagonista…
Hatshepsut había creado una corregencia, o reinado conjunto, con el pequeño Tutmosis III, algo que ya había sucedido en dinastías anteriores, pero ella siente que puede dar más de sí como mandataria.
Y, ¿cómo podemos saber más de su vida? Pues a través de su legado en piedra, el que ha sobrevivido. Sí, porque ella fue la primera mujer-faraón que se hizo esculpir como esfinge y, ¿qué sucedió con su imagen?

Pues en los primeros años, siendo Hatshepsut regente, se hace representar aún como mujer, con una iconografía femenina reflejando sus pechos, sus atributos, una cara más femenina y más dulcificada, y en alguna imagen también la vemos con el pequeño Tutmosis III, pero hacia el año séptimo de esa corregencia (que es cuando se cree que se proclama faraón) progresivamente, va transformando su iconografía hacia una representación andrógina. ¿Por qué?
Como apuntan diversos estudios, los artistas se enfrentaron con la problemática de no saber representar a una mujer que es faraón y ella, consciente de que a nivel artístico no existía una tradición iconográfica que mostrase a una mujer de mando, progresivamente va borrando esos rasgos femeninos. Así, se hace representar con todos los elementos de iconografía masculina como el nemes*, que era un tocado real, un símbolo de poder y divinidad, que cubría la cabeza del faraón y caía sobre sus hombros, o con la barba postiza, todos ellos elementos que dan un claro ejemplo de cómo estas mujeres adoptaban íconos masculinos para consolidar su autoridad.
En realidad, hasta su nombre se masculinizó para pasar a la posteridad: añadiendo la segunda parte de nombre y quedando como Hatshepsut-Jenemetamón.
Hatshepsut tenía ahora los medios y el apoyo suficientes para sorprender al mundo, tenía unos aliados muy poderosos, y toma la decisión de convertirse en faraona. Ella retó las normas de su época. Y, ¿por qué lo hizo?
Para los arqueólogos de principios del siglo XX, la razón era clara: era una mujer vanidosa y ambiciosa que no se conformó con un rol secundario y le arrebató la corona al niño que legítimamente la llevaba. Pero «la usurpadora más vil», como la llamaban al principio, habría podido deshacerse de ese niño de alguna manera, como tantos reyes han hecho a lo largo de la historia con sus rivales, pero no lo hizo. Hatshepsut no sólo no lo mató ni lo exilió ni le quitó el título de faraón, sino que se aseguró de que Tutmosis III se preparara para el rol que por destino le esperaba.
Actualmente, se considera que probablemente fuese una amenaza contra la estabilidad de Egipto, lo que llevase a Hatshepsut a declararse reina- faraón. Lógico, ¿no?
Cuando se vio lo suficientemente fuerte, la hasta entonces gran esposa real y esposa del dios, Hatshepsut, en presencia del faraón Tutmosis III, se autoproclamó también faraón de las Dos Tierras y primogénita de Amón, con el beneplácito de los sacerdotes y reinó como Maatkara-Hatshepsut desde 1479 a 1457 a. C., en tiempos de la dinastía XVIII.
Era tal era el carisma y la personalidad de esta mujer que la sociedad de entonces asumió sin problemas la nueva situación, y Hatshepsut gozó de uno de los reinados más prósperos de toda la historia egipcia.
Ella pensaba crear una dinastía femenina, pero sus esperanzas se quebraron tras la muerte repentina de su hija, Neferura, y de la mayoría de sus apoyos, el sacerdote Hapuseneb y su arquitecto Senenmut.
Y, ¿qué sucedió durante su reinado?
Pues que Hatshepsut se convirtió en la faraona que eligió gobernar Egipto con sabiduría antes que con la espada. Y es que aunque fue comandante militar y lideró tropas en campaña, su reinado fue sobre todo un tiempo de paz, estabilidad y esplendor. Ella supo utilizar otras armas: la diplomacia, el comercio y la cultura.
Impulsó ambiciosas expediciones, como la que llegó hasta el mítico país de Punt (en el cuerno de Africa), y convirtió a Egipto en una potencia económica floreciente.
Además, construyó templos imponentes como el templo funerario en Deir el-Bahari y dejó su huella en cientos de estatuas y relieves en piedra que narraban su historia. En una de las inscripciones podemos leer:
“Ahora mi corazón se inquieta al pensar en qué dirá la gente que vea mis monumentos en años venideros.”
También inauguró el Valle de los Reyes y transformó Tebas en un centro de belleza y arte. Su gobierno marcó un antes y un después. Fue una mujer de visión y legado, que gobernó con inteligencia, sensibilidad y poder y, además, intentó equiparar a las mujeres en la sucesión al trono de los faraones.
Pero, ¿qué sucedió para qué, durante tanto tiempo, su nombre fuese, literalmente, borrado?
Hatshepsut fue víctima de la damnatio memoriae, esa práctica que buscaba eliminar todo rastro de una figura incómoda del relato oficial.
Las listas reales egipcias que se compilan y que están conservadas a través de diferentes fuentes como la Lista de Abidos o el llamado Papiro Real de Turín, o en los papiros, se saltan esta figura histórica, o sea, la ignoran, y así, después de Tutmosis II está Tutmosis III. Hatshepsut no existe.
No se sabe con certeza quién ordenó esta tropelía ni por qué, pero los últimos estudios apuntan a que no fue su hijastro Tutmosis III, al menos no durante los primeros años de su reinado, porque las pistas indican que fue más tarde, probablemente para reforzar una línea dinástica masculina ya que la figura de una mujer en el trono seguía siendo, para muchos, algo intolerable. Desde la mentalidad egipcia era algo chocante, atípico y que iba contra su tradición que una mujer ocupara el trono de Egipto.
Pero Hatshepsut había dejado demasiado legado para que el olvido triunfara y hoy su historia resurge como símbolo de liderazgo, de resiliencia… y de lo mucho que hemos tenido que pelear las mujeres para no desaparecer de la historia.
Tras 22 años al frente del gobierno egipcio, Hatshesut tuvo que enfrentarse a la tristeza de perder, de forma todavía extraña, a su única hija, la que iba a ser su sucesora, y a sus dos máximos mandatarios.
Sus últimos años enfermó y, según recientes estudios de sus restos, probablemente falleció por causas naturales derivadas de una larga enfermedad en los huesos.
Y, ¿cómo recordamos hoy en día a nuestra protagonista?
Aunque desapareció de la historia durante milenios, parte de su obra está grandiosamente presente en la tierra que reinó, en Egipto.

Ahí siguen en pie, desafiando los siglos, obras majestuosas como el templo funerario de Hatshepsut o el templo Deir el-Bahari, así que, si haces una visita a ese lugar mágico, no olvides honrar su memoria.
—-Bibliografía. Cooney, Kara. 2023. Mujeres que gobernaron el mundo: la fascinante historia de las seis faraonas más poderosas del antiguo Egipto. Madrid: Pinolia.
Immaculada Vivas Sainz: Egipto y el Egeo a comienzos de la Dinastía XVIII
Otro gran misterio, el de una gran faraona que permaneció oculta durante más de dos milenios, a la que hemos querido rendir nuestro homenaje en nuestro canal.
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